10 de febrero de 2022

Boris Cyrulnik: el padre de la resiliencia ha acuñado un nuevo término, la psicoecología

 Es complicado contar quién es Boris Cyrulnik sin contar qué le pasó de niño. A fin de cuentas, esa es una de las ideas que ha popularizado este neuropsiquiatra y etólogo francés.

Considerado uno de los padres de la resiliencia, Cyrulnik ha dedicado su vida a estudiar cómo las personas pueden recomponerse después de un trauma, especialmente un trauma infantil. El suyo tuvo lugar en la Francia ocupada de la II Guerra Mundial. «Perdí a casi toda mi familia, mis padres murieron, la Gestapo francesa me arrestó. Tenía seis años y ya me condenaban a muerte», explica.

Cyrulnik fue el único superviviente de entre 300 personas refugiadas en una sinagoga. «Conseguí escaparme escondiéndome debajo del cuerpo de una mujer. De una mujer española, de hecho, Madame Blanche. Era comunista y había huido de la España franquista. Pero al final la arrestaron en Francia por ser judía. Ella había recibido un golpe, se estaba muriendo, y yo me escondí bajo su cuerpo».

Cyrulnik narra estos eventos como quien lee la lista de la compra, con el tono monocorde de quien explica un episodio largamente analizado. Lo ha hecho en su obra, con una veintena de libros (algunos con tintes autobiográficos como Me acuerdo).

En el último, Psicoecología, editado por Gedisa, Cyrulnik recurre a un enfoque transversal para reflexionar sobre algunos de sus temas recurrentes: la transformación de la relación hombre-mujer, la superación de los traumas y la educación infantil. No en vano el presidente francés, Emmanuel Macron, inspira en la obra de Cyrulnik sus políticas sobre la educación preescolar.

Nos reunimos con él en el Instituto de Cultura Francés de Madrid, en una entrevista en la que, a pesar de la barrera idiomática, se muestra distendido, socarrón y en plena forma.

Boris Cyrulnik

Ha escrito más de una decena de libros sobre el concepto de resiliencia. ¿Tanto hay que contar al respecto? 

Yo trabajo sobre este concepto por dos razones. Una cultural y otra personal. Cuando era estudiante de psiquiatría y sociología nos decían que todo se puede explicar por la biología o por el psicoanálisis, y que cuando uno se altera biológicamente se siente perdido en la vida y se convierte en neurótico. Esa es la razón cultural, había un fijismo, frente al evolutismo. Y yo no estaba de acuerdo.

También hay una razón personal. Tras la guerra, me decían: no tienes familia, no has ido a la escuela, eres un caso perdido. Y yo no soportaba esta condena, esta maldición, así que me rebelé contra ello. Por eso, cuando veo que se juzga a los niños por su entorno, me hiere casi de modo personal porque me recuerda a mi infancia.

La resiliencia, en un principio, me permitió reflexionar sobre cómo volver a emprender, a desarrollarse tras un trauma, lo que había sido mi caso. Y sobre esto no había nada escrito, o eran análisis biológicos o de psicoanálisis. Al principio, cuando la universidad rechazó bastante mi idea sobre el concepto de resiliencia, decía que no hacía falta trabajar en ello. Hoy en día lo enseñan en todas las universidades.

Eso fue en los años ochenta, imagino que habrá cambiado mucho el concepto de resiliencia en estos años.

Muchísimo. En esa época creía que la resiliencia sería un concepto psicológico y sociológico. Pero después se desarrollaron la neurobiología y la neuroingeniería. Y empezamos a desarrollar el concepto de resiliencia neuronal.

Vimos que el cerebro vuelve a funcionar bien si hay una buena relación afectiva y si hay una buena estructura cultural. Es decir, ya no hay una causa que genera un efecto, no leas a Descartes, jajaja. Es una serie de causas las que lo provocan, es un razonamiento ecosistémico. Ahora la lingüística y la educación proponen nuevos puntos de vista de la resiliencia que yo no había observado hace 40 años.

La desigualdad social se agravó durante la pandemia. Los que tenían factores de protección se encuentran mejor después del virus. Y los que habían acumulado factores de vulnerabilidad empeoraron durante el virus

Supongo que saliendo de una pandemia, la resiliencia es hoy más importante que nunca.

La pandemia ha sido casi una experimentación del concepto de resiliencia. Hemos visto que la gente que tenía unos factores de protección familiares, económicos… esa gente sufrió menos el virus. Tenían una vivienda grande, un jardín, no perdieron sus trabajos y pudieron hacer deporte y tener tiempo libre. Tuvieron un confinamiento aceptable.

Por el contrario, quienes tenían trabajos mal considerados, mal pagados, inestables, con casas pequeñas, esta gente llegó al confinamiento con unas condiciones, unos factores de vulnerabilidad mayores.

Cuando el confinamiento llegó, se dispararon la violencia machista y la intrafamiliar porque la gente estaba encerrada. Y la hiperdensidad es un factor de violencia en las familias y en la cultura.

La desigualdad social se agravó durante la pandemia. Los que tenían factores de protección se encuentran mejor después del virus. Y los que habían acumulado factores de vulnerabilidad empeoraron durante el virus.

En términos de resiliencia hay tres capítulos: antes del trauma, durante el trauma y después del trauma. ¿En cuál diría que estamos?

En el primero se consolidan los factores de protección o de vulnerabilidad; en el segundo, cuando estuvimos encerrados, algunos sufrieron la hiperdensidad y otros pudieron aislarse en situaciones más cómodas.

Y ahora, después del trauma, es cuando tenemos un apoyo afectivo y social. Y es cuando podemos darle un sentido a lo que hemos vivido. Ahora es cuando los cineastas, los periodistas, los filósofos y novelistas tienen que darle un sentido a lo que nos pasó. Tienen que fabricar ese sentido.

En su último libro habla de un concepto nuevo: la psicoecología, ¿en qué consiste?

Parto de la idea de que, para el ser humano, hay tres nichos sensoriales. El primero es el momento en el que estás en el interior de tu madre. En ese momento, si la madre está asegurada, el bebé tiene todo lo que necesita. Si la madre está en una situación inestable o insegura, genera unas hormonas debido al estrés, cortisol, catecolamina, que pueden afectar al feto, pasan la barrera de la placenta y afectan al bebé.

Si este primer nicho sensorial se ve alterado, no por la madre sino por el infortunio de la madre, por factores como la guerra, la precariedad social, el maltrato… En estos casos el bebé sufre.

El segundo nicho sensorial está en los brazos de la madre. Si hablamos mucho cerca del bebé esculpimos circuitos cerebrales en su mente, desarrollamos el cerebro en el lenguaje. Cuando el segundo nicho del bebé es pobre, al llegar a los tres años habrá aprendido unas 200 palabras. Cuando el nicho sensorial es rico y feliz puede llegar a 1.000 palabras.

¿Qué bebé lo va a tener más fácil en el aprendizaje? Uno va a sentir que el aprendizaje es un juego y se va a divertir. El otro va a ver todo como un reto, se va a frustrar y va a odiar la escuela. En este segundo nicho tienen mucha importancia tanto la madre como el padre. ¿Pero qué significa ser padre ahora mismo?

Es otro de los temas que trata usted. Realiza en su libro una especie de historia del género, hablando de conceptos como masculino, femenino y contrato sexual. ¿Hasta qué punto cree que están vigentes o se han desdibujado?

Exacto. El padre no siempre es el amante, puede ser el padrastro. O puede ser otra mujer, es un rol que le da seguridad a la madre biológica y prepara al bebé a la palabra en los primeros meses de vida, pero todo esto ha cambiado.

Ya no pedimos permiso a la sociedad para tener relaciones sexuales, así que ¿por qué deberíamos pedir permiso a un juez para dejar de tenerlas?

En su libro, Cyrulnik profundiza más en ese cambio, asegurando que «los roles domésticos no necesitaron leyes ni debates culturales para desexualizarse. Simplemente, ocurrió, como resultado del cambio en el entorno y las condiciones de vida que modificaron los comportamientos domésticos. Ya no pedimos permiso a la sociedad para tener relaciones sexuales, así que ¿por qué deberíamos pedir permiso a un juez para dejar de tenerlas?».

Pasemos al tercer nicho neuronal del que habla en su libro, la cultura.

Si estoy solo no puedo desarrollarme; para convertirme en mí mismo necesito una otredad, tiene que haber otras personas a mi alrededor. Y las circunstancias de mi vida, algunas felices, otras difíciles, se inscriben en mi memoria biológica y pueden hasta esculpir mi cerebro.

Viene a ser como la frase del filósofo español Ortega y Gasset, «Yo soy yo y mis circunstancias»… 

No conocía esa frase, pero así lo creo, y no soy el único. Este filósofo español sería un gran neurólogo.

Pero este tercer nicho, el cultural y del entorno. ¿Cómo se aplica esto a una sociedad cada vez más individualista y más aislada?

Cierto. Vivimos en una cultura individualista, lo que nos cuesta mucho dinero y sufrimiento. Yo trabajé en Japón, donde la escuela es casi una forma de maltrato. Los niños tienen una escuela de día y una de noche. Los niños ricos viven en casas lujosas; los pobres, en condiciones horribles. Hay una tasa de suicidio infantil muy alta, pero algunos niños aguantan, las mujeres más que los hombres, y consiguen éxitos asombrosos.

En ese contexto hay chavales que acaban renunciando a la sociedad, abandonan todo, se encierran en su casa, renuncian a la vida social, a la sexualidad, tienen miedo a la gente y se aíslan. Cierran las cortinas y se encierran con sus pantallas y sus videojuegos.

En los países de Europa del norte pasa lo contrario. Ralentizan el desarrollo de los niños, hacen que tomen conciencia de ellos mismos. No hay notas en la escuela hasta los 11 años y luego en los informes Pisa son los mejores de todos. En estos paises los problemas de suicidio y los problemas mentales se están reduciendo, mientras que en los países asiáticos pasa lo contrario y los suicidios no paran de aumentar. ¿Ese éxito individual justifica este nivel de sacrificio social y humano?

Solo hay un dios, solo hay una verdad, si no estás de acuerdo con mi creencia, mi dios o mi economía, te mereces la muerte. Ese es el nuevo mundo que habitamos

Hay una frase en su libro muy bonita. Dice usted que «habitamos el mundo de las historias que inventamos». Pero en la actualidad, esas historias se están atomizando, incluso con visiones antagónicas de la realidad, del presente, del pasado, ¿Cómo puede afectarnos esto?

Al principio de la condición humana, en los tiempos del señor y la señora Sapiens, íbamos a la guerra para preservar un territorio, para comer o para sobrevivir. Desde que se desarrolló la civilización esto ha cambiado, hacemos guerras de creencias.

Nos inventamos una palabra, un mundo, y decimos que ese mundo es el único verdadero. Y si nuestros vecinos se inventan otro, lo negamos. Solo hay un dios, solo hay una verdad, si no estás de acuerdo con mi creencia, mi dios o mi economía, te mereces la muerte. Ese es el nuevo mundo que habitamos

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