10 de febrero de 2022

Consumismo, el consumo que nos consume

 

Por Brenda Chávez

Actualmente, demandamos 1,7 planetas en recursos terrestres al año, es decir, consumimos y producimos por encima de la capacidad de la Tierra para renovarse, explica Brenda Chávez en esta primera columna para El Ágora. Poner en marcha modelos de economía circular no es una moda pasajera, sino una necesidad si queremos mantener a salvo el planeta y la prosperidad humana

Como consumidores somos un invento reciente, de hace apenas un siglo. El origen moderno del término “consumidor” procede de la expansión de la industria publicitaria en el siglo XX, y contribuye a la masiva participación ciudadana en los valores de mercado e industriales a escala. Como seres humanos, recurrimos al consumo o recursos (alimento, agua, etc.) para sobrevivir. La hipertrofia sólo deviene cuando la sociedad comienza a girar en torno a la necesidad de elevar esos niveles para su “buen” funcionamiento.

Fenómeno que arranca tímidamente tras la Gran Depresión, cuando los diarios, las revistas y las radios comienzan a llamar por primera vez “consumidores” a la ciudadanía norteamericana, alentándoles así a apoyar su economía adquiriendo bienes de sus fábricas. Y se extiende globalmente tras la Segunda Guerra Mundial, quedando así inaugurada la “Sociedad de consumo”.

En la primavera de 1955, el economista Victor Lebow escribía en el Journal of retailing: “Nuestra enorme industria productiva demanda que hagamos del consumo nuestro estilo de vida, que convirtamos comprar y usar bienes en rituales, que busquemos satisfacción espiritual y del ego consumiendo. Necesitamos que las cosas se compren, quemen, gasten, remplacen y sean descartadas…”. Una aspiración atroz en un planeta de recursos finitos.

Hoy vivimos en la hipertrofia del anhelo cumplido de Lebow.

Bienvenidos a la sociedad de consumo

Actualmente, demandamos 1,7 planetas en recursos terrestres al año, es decir, consumimos y producimos por encima de la capacidad de la Tierra para renovarse, según Global FootPrint Networkorganismo que mide la huella ecológica global y de cada país. España necesita 2,8 veces su superficie para atender su consumo anual de recursos naturales.

En 2020, un estudio publicado en Nature constató que, por primera vez, la masa antropogénica (creada por los seres humanos: infraestructuras, edificios, productos, etc.) supera la biomasa (la de los seres vivos). En 1900 era un 3% de la biomasa. Ahora el volumen de los edificios e infraestructuras es mayor que la de los árboles y matorrales. La masa de los plásticos dobla la de todos los animales terrestres y marinos. Y sólo las calles, edificios y puentes de Nueva York pesan más que el total de peces del mar.

«Tras la Gran Depresión, cuando los diarios, las revistas y las radios comienzan a llamar por primera vez “consumidores” a los ciudadanos norteamericanos»

Esta masa antropogénica se venía doblando cada 20 años, pero se triplicará las próximas décadas. Cuatro quintas partes de los productos y objetos en uso hoy tienen menos de 30 años. En los últimos años, de media, por cada persona, se crea una cantidad de masa igual a su peso cada semana.

En ello, influye que al año se destinen alrededor de 400.000 millones de euros a marketing. Una cantidad mucho mayor que el presupuesto anual de la ONU, o el educación, sanidad o justicia en la mayoría de países. Esa suma astronómica está diseminada a nuestro alrededor incitándonos a consumir a través de miles de reclamos diarios en las redes sociales, móvil, prensa, radio, televisión, ordenador, tablet, en la calle, a través de entes, eventos, influencers, la industria cultural, etc.

Tras las huellas del consumo

Todos formamos parte de la “Sociedad de consumo” (empresas, administraciones, personas consumidoras, etc.) y somos corresponsables de los impactos que genera el consumo. Pero no todos en el mismo grado…

Respecto de los hogares y las industrias, el estudio How your personal consumption affects climate (2016) de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, advierte que el consumo de los hogares supone un 60% u 80% de la huella ambiental global. Pero recalca que cuatro quintas partes de ese impacto (otro 80%) no son atribuibles a los consumidores, sino que son secundarios, derivan de las industrias que fabrican nuestros bienes y servicios.

Todo deja una “huella de carbono”, unos kilos o toneladas de C02. Por ejemplo, una persona al respirar dos kilos de C02 por hora­. Se llama huella de carbono primaria (directa) a la que deriva de las acciones personales (estilo de vida, gasto energía, transporte); y secundaria (indirecta) a la que se crea desde la producción de los bienes y servicios hasta el final de su vida.

«En la actualidad consumimos y producimos por encima de la capacidad de la Tierra para renovarse»

Las personas con rentas más altas tienden a estilos de vida de mayor consumo, por ello poseen mayor huella. El  estudio Combatir la desigualdad de las emisiones de carbono (2020) de Oxfam Intermon y el Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo,evalúa las emisiones del consumo de diferentes grupos de ingresos entre 1990 y 2015 –cuando se duplicó la cantidad CO2 en la atmósfera– concluyendo que el 1% más rico de la población (con ingresos por encima de 109.000 dólares al año) emite más del doble de carbono que la mitad más pobre, 3.100 millones de personas.  El 50% más pobre (con ingresos inferiores a los 6.000 dólares al año) sólo han generado el 6% del aumento total de emisiones.

Desigualdad de consumo, desigualdad en el impacto

El pasado septiembre, otro estudio publicado en Nature BriefingThe role of high-socioeconomic-status people in locking in or rapidly reducing energy-driven greenhouse gas emissions, llegaba a conclusiones similares. Muchas personas con un patrimonio de activos de más de 50 millones de dólares, tienen una huella climática excepcionalmente grande, debido a su consumo, sus propiedades inmobiliarias y el uso de jets privados.

Los investigadores constataron que las emisiones de los viajes aéreos aumentan rápido en función de los ingresos. Son la mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero en las personas de estatus socioeconómico alto. El 50% proviene solo del 1% de la población mundial.

También las emisiones de la vivienda guardan correlación con el nivel de ingresos. En Europa casi el 11% de ellas proceden del 1% superior de ingresos (atribuibles a casas más grandes, residencias múltiples y más consumo de energía en el hogar), también invierten más en acciones, bonos, negocios y bienes raíces. Así como en compañías de combustibles fósiles.

El sector aéreo es uno de los más intensivos en gasto de combustible y emisiones de gases de efecto invernadero.

¿Razones para el optimismo?

Los autores del estudio se muestran optimistas sobre el papel que pueden desempeñar los súper-ricos para cambiar las políticas de inversión y ser modelos para quienes aspiran a alcanzar su nivel de estatus económico. Consideran que si trasladan sus inversiones a compañías bajas en emisiones, pueden presionar a las empresas para reducir sus emisiones e impulsar un cambio estructural.

Al observar la lista de los más ricos de Forbes 2021: Jeff Bezos (Amazon), Elon Musk (Tesla, Space X), Bernard Arnault (LVMH), Bill Gates (Microsoft), Marc Zuckerberg (Facebook), o Mukesh Ambani (Reliance Industries, dedicado al petróleo, gas natural, petroquímicos), llama la atención que son grandes emisores de carbono por su propio consumo –Gates es fan de los jets, por ejemplo, que emiten hasta 40 veces más que un vuelo regular; Bezos de los viajes espaciales, donde cada pasajero deja entre 50 y 75 toneladas de CO2en minutos, cuando un avión comercial de Londres a Nueva York deja tres tonelada de CO2– y, además, sus multinacionales, de una u otra forma, impulsan el consumo global.

Antes que consumidores, seres humanos

Los dos grupos más afectados por el cambio climático son los que menos han contribuido a él: las futuras generaciones, así como las personas en situación de pobreza y exclusión. Conforme al informe AROPE de 2020, en España el segundo grupo es un 25,3% de la población, 11,8 millones de personas.

El ODS12 de la agenda 2030 de la ONU es el consumo y la producción responsable. Caminar hacia ese consumo que no nos consuma, y permita un desarrollo sostenible, implica reflexionar sobre esos diversos grados de corresponsabilidad para establecer medidas. También conocer nuestros derechos como consumidores: 1º a las necesidades básicas. 2º de seguridad. 3º de elección. 4º de resarcimiento. 5º de información. 6º de formación. 7º de representación. 8º a un entorno saludable.

Y tener presente que antes que consumidores somos ciudadanos, titulares de derechos políticos sometidos a las leyes. Además de seres humanos, con derechos y necesidades vitales reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Asamblea General de la ONU (1948). E inevitablemente, habitantes del planeta y parte de la naturaleza, por tanto sujetos a sus límites biofísicos y su biocapacidad.

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