29 de agosto de 2016

El extraño caso de los tiburones que aprendieron a vivir de los pescadores


Después de varios días de navegación llegué por fin al lugar tan especial que venía persiguiendo en este viaje a Papúa, en la isla de Nueva Guinea. Buscaba el extremo sur de la bahía de Cenderawasih, donde se produce uno de los mayores espectáculos del mundo submarino: la concentración de tiburones ballena que han aprendido a comer de las redes de los pescadores.
El tiburón ballena es el pez más grande de la tierra. Pertenece al superorden de los tiburones, aunque tiene dimensiones de cetáceo. Puede alcanzar hasta 16 metros de largo. Por fortuna no tiene dientes (¡sería el Tyrannosaurus Rex de los mares!): se alimenta de plancton y cardúmenes de pequeños peces.
Por eso se le considera el gran viajero pelágico, un vagabundo del profundo azul que pasa la vida deambulando por los mares, abriendo su enorme boca para tragar toneladas de agua y filtrar el plancton que esta arrastra.
En todos los mares del mundo... menos en este punto concreto de Papúa. Os lo explico.
Los pescadores papús de la bahía de Cenderawasih practican un original sistema de pesca desde bagangs, plataformas de madera flotantes parecidas a las bateas gallegas de mejillones, que anclan al fondo de la bahía, a unos sesenta metros de profundidad. Por la noche enciende potentes focos para atraer a las anchoas, que capturan con redes.
Los pescadores pasan aquí temporadas largas y no tienen sistemas de refrigeración ni posibilidad de enviar las capturas a tierra. Cada cuatro o cinco días llega una lento prahu indonesio de madera desde Nabire (5 horas de navegación) con cajones con hielo para retirar las capturas. Mientras tanto las mantienen vivas dejándolas en las redes sumergidas, hasta que llegue el siguiente prahu.
Sin que nadie sepa el porqué ni cuándo empezó el fenómeno, los tiburones ballena que frecuentaban esta bahía de Papúa se acostumbraron a subir a superficie para succionar las redes de las bagangs y sacar el jugo del pescado e incluso comerse las anchoas que los pescadores usan de cebo para sacar con sedal otros peces más grandes.
De modo inexplicable, un animal marino migratorio se convirtió en residente, al menos de forma temporal, y ya no viaja para comer plancton, sino que merodea por la bahía para subir hasta las bagangs para darse su atracón diario de pescado gratis.
Hemos podido bucear con ellos varios días para rodar un documental y el espectáculo ha sido sobrecogedor en cada inmersión. Una mañana, por ejemplo, tuvimos a cinco enormes tiburones ballena dóciles como perrillos durante horas y horas, turnándose de manera ordenada para obtener su ración de comida. Subían, se ponían en vertical y sacaban su enorme cabeza para tragar. Quienes practican el submarinismo saben que ver un solo tiburón ballena de refilón es una gran suerte. Tener cinco a la vez nadando junto a ti durante horas.... es tan inusual como que te toque dos veces el Gordo de la lotería.
Fue como presenciar una coreografía acuática en primera fila del patio de butacas. Gigantes del mar que se mueven de forma grácil y majestuosa. Monstruos poderosos pero inofensivos que jugueteaban con nosotros, se nos acercaban para observarnos con sus pequeños ojillos y pasaban el día remoloneando entre las redes, no sabemos si en busca de comida o de entretenimiento. Para los pescadores era un improvisado pasatiempo que rompía el tedio de una vida dura a bordo de las bagangs; incluso se bañaban e interactuaban con ellos
Una de las experiencias más emocionantes de mi vida como submarinista.
Se sabe muy poco del tiburón ballena en general, ya que pasa la mayor parte de su vida a profundidades inalcanzables para el ser humano. Y se sabe menos aún del comportamiento de estos ejemplares de la bahía papú de Cenderawasih.
Durante estos días hemos aprendido algunas cosas. La primera: su comportamiento está influido por la luna. Los días de luna llena y los dos o tres siguientes, desaparecen. Lo habíamos leído en algún informe y los propios pescadores de las bagangs nos los confirmaron: con luna llena, “no sharks”. Pero además pudimos comprobarlo en carne propia porque llegamos a la zona donde es más habitual observarlos, frente a las costas del distrito de Yaur, un día después de la luna llena de febrero.
Esa jornada solo vimos dos ejemplares, uno de ellos juvenil. Y al día siguiente, ni uno, y eso que recorrimos varias bagangs en su búsqueda. Así que decidimos irnos a explorar otras zonas de la bahía y volver tres días después.
Y en efecto, pasado el influjo de la luna llena, los tiburones ballena estaban de nuevo en su rutina diaria.
Deben tener algo de licántropos.
Paco Nadal para elPaís.com

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