31 de agosto de 2016

Limpieza en islas mínimas

Cada año, biólogos de EE.UU. visitan algunas de las islas más remotas para observar y proteger la flora y la fauna.
Para poner el pie en Nihoa, un islote deshabitado de 69 hectáreas situado en el extremo noroeste del archipiélago hawaiano, es preciso navegar treinta horas, sortear el bravo oleaje en bote neumático hasta llegar a la orilla y escalar un acantilado. Hasta hace poco, el amenazado carricero familiar (Acrocephalus familiaris) no vivía en ningún otro lugar del planeta. Pero, en 2011 y 2012, Sheldon Plentovich, biólogo del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE.UU. (SPVS), dirigió un equipo que trasladó 50 de estos diminutos pajarillos en un viaje de tres días hasta Laysán, una isla gemela donde los conejos introducidos habían abocado a la extinción a otra subespecie del carricero hace casi un siglo.Como ha explicado en julio en la revista Biological Conservation, la población de Laysán ha prosperado desde entonces hasta alcanzar los 164 individuos, una salvaguarda ante cualquier desastre que pueda abatirse sobre los pájaros de Nihoa.
Para Plentovich y otros investigadores que desempeñan su trabajo en las recónditas islas estadounidenses dispersas por el Pacífico, la mayoría sin residentes permanentes e inaccesibles al público, tales aventuras forman parte del día a día. Todos sus proyectos de conservación comparten algo en común: enmendar el daño causado por la negligencia humana (como llevar conejos a Laysán). «Es aleccionador y desconcertante presenciar los desmanes provocados por el hombre, incluso en mitad de la nada», explica.

PROYECTOS DE CONSERVACIÓN EN LAS ISLAS MENORES DE ESTADOS UNIDOS EN EL PACÍFICO
Atolón Palmyra: Unas 30.000 ratas (50 por hectárea) habían invadido esta antigua base militar hasta que el SPVS y dos ONG las erradicaron hace cinco años en una operación que contó con helicópteros, tirachinas y cebo envenenado. Stefan Kropidlowski, responsable de la reserva natural del atolón que pasa la mitad del año en casi absoluta soledad, dirige ahora su atención a los cocoteros, que desplazan a los árboles autóctonos de los que tantas aves marinas y cangrejos dependen.
Atolón de Johnston: Antiguo polígono de pruebas nucleares, este grupo de cuatro islas es un paraíso para las aves marinas, a pesar de la contaminación del plutonio, el amianto y otras sustancias tóxicas. La llegada de la hormiga invasora Anoplolepis gracilipes amenazó con devastar las poblaciones nidificantes. El insecto pulveriza ácido cuando se abalanza en tropel sobre sus presas, una táctica que acaba deformando a los polluelos. En los últimos seis años, voluntarios del SPVS en turnos
de trabajo semestrales han logrado combatir la infestación con comida para gatos y jarabe de maíz envenenados. El último equipo de desinsectación, desembarcado en junio, solo había descubierto un pequeño hormiguero al cierre de este número.
Islas Midway: El invierno pasado, científicos del SPVS descubrieron en esta cadena de tres islas que los ratones estaban devorando vivos a los albatros (estos se niegan a abandonar el nido durante la incubación). El organismo ha iniciado un programa para exterminar a los roedores introducidos en el lugar, célebre por haber sido el escenario de una batalla naval en la Segunda Guerra Mundial.
Atolón Kure: Investigadores y voluntarios llegan a este pedazo de tierra, situado en el extremo norte de las Hawái, para recoger los desechos que arrastran hasta allí las corrientes marinas y en los que queda atrapada la fauna. Cynthia Vanderlip, directora del campamento de trabajo de Kure, y su equipo también trabajan para desmantelar una vieja pista de aterrizaje abandonada, erradicar las foráneas hormigas cabezonas y la margarita Verbesina encelioides, así como hierbas y arbustos autóctonos, con vistas a consolidar las colonias de aves marinas. Entre tanto, se ha reintroducido el amenazado pato de Laysán, y el Servicio de guardacostas de EE.UU. planea limpiar los PCB tóxicos que dejó abandonados hace décadas

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