4 de abril de 2016

No podemos permitirnos arrojar más dióxido de carbono a la atmósfera. Sin embargo, las emisiones no aminoran. Todo apunta a que la concentración de CO2 seguirá en ascenso en los próximos decenios. Pese al notable aliento prestado a las energías renovables, a buen seguro los países desarrollados y en fase de desarrollo continuarán consumiendo petróleo, carbón y gas natural.
En el sector del transporte, sobre todo, no se ven alternativas fáciles al petróleo. Almacenar en un vehículo la energía eléctrica necesaria entraña dificultades. A igualdad de masa, las baterías acumulan menos del 1 por ciento de la energía que proporciona la gasolina. Transportar hidrógeno en un vehículo exige un espacio de almacenamiento diez veces mayor que el necesario para la gasolina y, además, el depósito que lo contiene es muy pesado. Aunque se han realizado vuelos experimentales con aviones propulsados por biocombustibles, no está claro que estos puedan obtenerse en las cantidades y los precios que requieren las aerolíneas, y tal vez las compañías navieras.
¿Cómo impedir, pues, que la concentración de CO2 siga en ascenso desde su actual nivel de 389 partes por millón? A menos que se prohíban los combustibles de origen carbónico, una solución consistiría en extraer el CO2 del aire. Parte del gas podría absorberse si se permitiera la extensión de la superficie forestal. Pero la cantidad de CO2 producida por la humanidad es tal, que la superficie terrestre disponible no bastaría para capturarlo en cantidad suficiente. Por suerte, existen máquinas de filtrado (una suerte de árboles sintéticos) con capacidad de absorber más CO2 que los árboles naturales de tamaño similar.
Varios grupos de investigadores trabajan con máquinas prototipo: en el Instituto de Tecnología de Georgia, la Universidad de Calgary en Canadá, el Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zúrich y los que dirige el autor en la Universidad de Columbia y Global Research Technologies (Tucson), entre otros (véase el recuadro «Procesos que compiten»). Todos los diseños constituyen variaciones sobre un mismo principio: la corriente de aire que atraviesa una estructura entra en contacto con un material «sorbente» que fija CO2 y libera oxígeno, nitrógeno y otros compuestos.
Para mitigar el cambio climático habría que capturar el dióxido de carbono a gran escala. El concepto básico de ese procedimiento está bien establecido. Desde hace decenios se purifica de CO2 el aire exhalado en los submarinos y las naves espaciales, así como el que se utiliza en la producción de nitrógeno líquido. La depuración se realiza mediante diversos procesos químicos, pero las máquinas de sorbentes sólidos extraen el mayor volumen de gas en relación con la energía consumida. Los primeros prototipos, de tamaño reducido, permiten pensar que podría detenerse, e incluso invertirse, el aumento del CO2 atmosférico.

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